Información

Mtro. Alejandro Silva Antúnez

Psicólogo y Psicoanalista

(Cédula 08720770)

Atención psicológica para adultos, adolescentes y niños.

Datos de Contacto:

Celular: (04455) 1361 4577 (preferente)

Consultorio: (55) 6647 5665 (recados)

Correo electrónico: alejandro.silvaan@gmail.com

Horario:

Lunes a Viernes de 8AM a 9PM

Sábado de 8AM a 2PM

Ubicación:

Circunvalación Poniente #10

Cd. Satélite, Naucalpan.

jueves, 22 de noviembre de 2012

Estructura Histérica: Identificación, deseo y goce.



El caso de Dora es uno de los trabajos psicoanalíticos más famosos de Freud. En su momento fue pensado por su autor como una muestra del trabajo que realizaba con los sueños de sus pacientes, otra de sus intenciones a nivel teórico fue la de sustentar la etiología de la neurosis histérica sustituyendo la previa teoría de la seducción, por la del deseo Edípico reprimido y causante de síntomas.


El caso ha dado pie a muy diversas discusiones e investigaciones por parte de psicoanalistas de todas las épocas y posicionamientos teóricos. Se discute tanto el material contenido en el escrito de Freud, como el ausente; se ha buscado comprender el caso de modos diversos al que Freud eligió, se han propuesto distintos diagnósticos basados en la información y suposiciones hechas a partir del caso, se han hecho debates en torno a la técnica usada por Freud de principios de Siglo XX. 

Dora fue vista, tratada y descrita como histérica por Freud a partir de la sintomatología conversiva, y el conflicto Edípico observado por él. Mi intención en el trabajo es orientar y fundamentar el diagnóstico histérico por la estructura, más que por la sintomatología, tomando como bases algunas de las ideas que la escuela francesa, representada por Jaques Lacan, ha hecho al respecto.

En primer lugar es importante hacer algunas anotaciones respecto al punto de partida teórico de Lacan, pues influyen en el desarrollo de su perspectiva metapsicológica, y por lo tanto en su apreciación del caso de Dora. Lacan recupera las enseñanzas de Freud y lo reinterpreta a partir de introducir la estructura del lenguaje en su entendimiento del inconsciente; para este psicoanalista el inconsciente está estructurado como lenguaje.

Lacan justifica su proceder al analizar los mecanismos de condensación y desplazamiento descritos por Freud en “La Interpretación de los Sueños”, encuentra en ellos la analogía entre el funcionamiento de los procesos inconscientes y algunos aspectos estructurales del lenguaje (metáfora y metonimia por ejemplo). Las consecuencias de esta forma de comprender los contenidos inconscientes llevan a remitir el inconsciente a la estructura del lenguaje. El acto mismo del lenguaje hace surgir el inconsciente, y es el lugar donde se expresa. 

Al igual que Freud, el trabajo teórico de Lacan en torno a la histeria se actualizó de acuerdo al momento de desarrollo de sus respectivos trabajos clínicos y metapsicológicos. Así, mientras muy temprano en sus investigaciones, Freud encuentra con la “conversión” la primera explicación defensiva de la histeria (proceso por el cual la magnitud de estímulo de la representación  intolerable resulta transformada en excitación somática), Lacan describe la histeria como un discurso, es decir como una forma lenguaje estructurado. 

Si Freud incorporó a su tesis de la histeria las nociones de trauma, fantasía, pulsión, complejo de Edipo y de castración, Lacan complementó la suya de la estructura del discurso histérico con la modalidad del deseo, la subjetividad, la identificación viril, y el papel del goce. Lo que distingue los trabajos de ambos psicoanalistas es el punto de partida para explicar la formación de los síntomas.


A continuación se desarrollan algunas de las ideas que sostienen la tesis lacaniana en torno a la histeria de Dora. Por ejemplo, el componente homosexual de Dora, señalado por Freud en su revisión del caso, es retomado por Lacan e introducido en su planteamiento acerca de la histeria en general como una “identificación viril”. Dicha identificación se hace necesaria puesto que a nivel simbólico, no hay un significante de la mujer con el que Dora pueda identificarse. 


Este concepto requiere de mayor explicación, pues tiene su raíz en el complejo de Edipo, donde la madre fálica en diada con el bebé es castrada, quedando en falta. Este es el papel que tiene la función paterna en el Edipo, da a un tercero la posesión del falo como objeto deseado, priva al bebé y castra a la madre. No renunciar a la madre fálica desemboca en una estructura perversa, pero la aceptación de dicha castración (la propia y la materna) lleva a la neurosis, ya sea en su modalidad histérica u obsesiva. 

Tras el Edipo, la histeria representa una posición de no tener, más asociada a lo femenino, mientras la estructura obsesiva representa la posición (masculina) del tener. Lo anterior se da puesto que el primer objeto de identificación (imaginaria) madre, es castrado, no tiene falo.  El obsesivo ¨voltea¨ hacia el padre, poseedor del falo, para identificarse simbólicamente con él y poseer el falo. La histérica, junto con lo femenino, queda sin un significante. Esto dificulta la identificación simbólica con la madre castrada. 

Sin embargo en la histeria, la falta de un significante (simbólico) como tal femenino es compensada con una identificación imaginaria con el hombre. La histérica, como es el caso de Dora, se identifica con los hombres a su alrededor como medio para acceder al falo, cuando menos en el plano imaginario al ser-como-el-padre-fálico. El amor al padre se sostiene en un deseo fálico, pues es lo que de él busca obtener. 

En este sentido, desde niña Dora se había inclinado más por una identificación con el padre, posteriormente el Señor K sustituye a este como su imagen de identificación. Colocándose desde la mirada del otro-varón, como en el Edipo negativo, Dora se identifica con el deseo del Señor K, ella también está encantada con la Señora K y la desea. Así es como intenta responder la pregunta sobre qué es ser una mujer, deseando a otra mujer. Su elección de objeto es homosexual  en este sentido. 

La raíz conflictiva del componente homosexual en la histeria, no tiene que ver con la elección de objeto, sino con la identificación. Es la imposibilidad de Dora (o de las histéricas), para identificarse con lo femenino, lo que desencadena sus idas y vueltas en el camino del deseo, buscan tener lo femenino en vez de serlo, es decir que se identifican con el supuesto padre fálico y desde esa posición buscan encontrar la feminidad. La histérica de Lacan se reconoce porque con su neurosis persigue la pregunta sobre ¿qué es ser mujer?, pero la aborda desde una postura de tener, y mientras no renuncie a tener lo femenino para encarnarlo y serlo, su búsqueda no cesa.

Dora, identificada virilmente con el Señor K, buscaba el significante de la mujer, para ella representada por la Señora K, quien de este modo ocupa el lugar del tercero, buscando aprehender el símbolo de esta. Además, el cambio del padre por el Señor K es favorecido tanto por la edad, (la imago del padre encaja bien con el Señor K en tanto que es mayor que ella), pero principalmente por la impotencia del padre. Dora reintroduce a la estructura a un hombre potente y fálico.

Otra característica estructural de la histeria tiene que ver con el deseo, el cual también se estructura a partir del complejo de Edipo. El deseo difiere de la demanda porque no busca un objeto para la satisfacción, sino apunta a otro deseo, es decir que es deseo del deseo y por lo tanto es imposible de satisfacer. 

En la histeria el deseo es el deseo del Otro; su insatisfacción tiene dos caras. Por un lado, al colocarse como el deseo del Otro, siempre es insatisfecho ya que lo que busca es el deseo, es decir la falta del Otro, no al Otro. En forma inversa, la histérica desea desear al Otro, recordemos que no busca al objeto, sino al deseo como algo vivo, por tanto se obtiene el mismo desenlace de insatisfacción. Esta configuración es Edípica pues es la Ley paterna la que prohíbe los objetos primarios, representados por el deseo de la madre, y expulsa el falo fuera del alcance del sujeto.

Como se dijo antes, en el caso de Dora el componente homosexual (identificación viril) se observa como medio para acceder a su verdadero objeto de deseo, la Señora K. Complementando esta afirmación con la estructura del deseo histérico, se entiende que la Señora K es el objeto de deseo porque es ella quien encarna para Dora al objeto de deseo del padre (Otro).

La Señora K tiene lo que Dora quiere tener, posee  ese algo que pone en marcha y sostiene el deseo de su padre (el Otro para Dora). También sostiene el deseo del Señor K, sustituto del padre con quien Dora se identifica. Una de las razones por las que Dora da la cachetada al Señor K en el lago, es por sus palabras “mi esposa no significa nada”, ya que con ellas quita a la Señora K de la posición en que Dora la había puesto. 

Si para el Señor K su esposa es nada, la joven pierde la posibilidad de acceder al padre a través de tener lo que ella, es decir de lo que Dora atribuía a la Señora K y que tanto deseaba el padre. La identificación viril de Dora con el Señor K ya no tiene utilidad pues él mismo le dice que no hay algo en su esposa que él desee. Es entonces que la joven se percata de ser un objeto de intercambio: es otorgada por su padre a cambio de mantener la relación con la Señora K.

Finalmente, en cuanto al goce, las histéricas buscan descubrir y evidenciar la falta en todos los otros, espejos de identificación de ellas mismas, colocándose en el lugar del deseo de los demás, demostrando a los otros lo incapaces que son de satisfacerlas, lo incompletos que todos están: ellas que quedan insatisfechas en tanto buscan la satisfacción absoluta, como sus objetos que no las pueden completar. En esto consiste el goce de la histérica. 

jueves, 8 de noviembre de 2012

La vejez y la muerte



Artículo escrito por Alejandro Silva y publicado en el portal de10.com del periódico El Universal.
Para verlo haz click aquí.

Desde 1982, la Asamblea Mundial sobre el Envejecimiento fijó la edad de 60 años para marcar el inicio de la vejez. Sin embargo la población mayor de 60 años dista mucho de ser un grupo homogéneo. Es importante tomar en cuenta al menos 3 factores para definir con mayor precisión la vejez, primero la edad biológica y el estado físico en que se encuentra una persona, segundo la edad psicológica que se define como la capacidad de un individuo para tener una conducta adaptativa consigo mismo y con su medio, y tercero la edad social que se refiere a los roles sociales de las personas de acuerdo a las expectativas de su entorno cultural.

La manera en que una persona mayor puede afrontar su propio proceso de envejecimiento  depende de cómo se encuentre en cada una de las esferas de su vida. Es muy distinto el estado de una persona que goza de salud, que el de aquella que se encentra enferma; asimismo encontramos personas activas social y/o económicamente a los 70 años, mientras otras se encuentran totalmente aisladas a esa misma edad.

La vejez tiene características particulares en cada cultura y época histórica, por ejemplo en sociedades con poco desarrollo tecnológico  como las prehispánicas, los viejos eran muy apreciados, pues el cúmulo de experiencias y conocimientos que poseían tenían gran importancia y vigencia para las nuevas generaciones. Los aztecas se guiaban por un consejo de ancianos llamado capulli y tenían una posición social privilegiada.

La modernidad ha traído cambios en la estructura social, y junto con el avance tecnológico que permite a las personas vivir por más tiempo, ha cambiado también el papel de los ancianos. Su experiencia y conocimiento, no es vigente para las nuevas generaciones en términos productivos, siendo la productividad uno de los valores más apreciados en nuestros tiempos. Así, las personas mayores tienen cada vez más tiempo de salud física, pero menos espacios de productividad e interacción social.

Es en este contexto de cambios sociales y tecnológicos que la salud mental y emocional de las personas mayores cada vez adquiere mayor importancia, pues son justamente los factores psicológicos los que permiten o imposibilitan a las personas adaptarse a los distintos cambios que afrontan en la vida; además al entender la vejez como un proceso más dentro del ciclo de la vida, nos permite ubicar ciertos retos específicos que se afrontan durante esos años.

El proceso mismo de envejecer, con sus características biológicas, culturales y psicológicas es algo que de por si suele provocar miedo, principalmente porque se ubica como la última etapa de la vida antes de la muerte. Esta característica es particularmente importante, pues es a la muerte a lo que tenemos miedo, y muchas veces sucede que actuamos como si fuese algo contagioso, alejándonos de aquellos que creemos que están más cerca de ella, por ejemplo los ancianos. Más grave aún es el caso de personas mayores que también están convencidas de que viejo y moribundo significan lo mismo.

Sin embargo, es curioso que entre varios estudios llevados a cabo en Estado Unidos desde la década de los 70´s existe consenso en que sólo entre 10% y 15% de los ancianos expresan tener miedo a la muerte en si misma, en realidad a lo que se teme es a sufrir enfermedades prolongadas, al sufrimiento, o a la muerte del cónyuge.

Lo que muchos de estos estudios concluyen es que el principal conflicto durante el envejecimiento está asociado con las pérdidas, tanto de capacidades físicas (como la vista, el andar, la fuerza), como de roles sociales (trabajo, cuidado de los hijos, grupos sociales), y por supuesto de personas cercanas que comienzan a fallecer (pareja, amigos, familiares). Si entendemos el envejecimiento como un proceso de adaptación frente a estas pérdidas, es posible describir muchas de sus características de forma muy cercana a lo que implica un proceso de duelo en cualquier otra etapa de vida anterior.

De igual manera podemos afirmar que el principal reto de la vejez es realizar una evaluación de la propia vida, de los propios éxitos y fracasos, de sus deseos y sus temores, y con base en dicha evaluación afrontar la cercanía con la propia muerte. Las herramientas construidas y consolidadas a lo largo de la vida, son las que ayudan a las personas a enfrentarse a estas pérdidas, cambios y retos; así quien fue deportista y cuidó su salud, es mucho menos propenso a tener complicaciones médicas o enfermedades como diabetes, quien forjó relaciones afectivas cercanas y duraderas, seguramente podrá disfrutar de la compañía de más personas, y quien pudo construir un patrimonio sólido, sufrirá en menor medida de dificultades económicas.

La persona mayor se enfrenta a una crisis con dos extremos desde el punto de vista emocional. Por un lado, si siente que ha fracasado y que su vida no ha tenido sentido para si mismo o para los suyos, caerá en un estado de desesperanza, que incluye sentimientos de depresión, tendencia al aislamiento, ansiedad, miedo, y culpa. Este tipo de reacciones pueden ser favorecidas por factores externos, principalmente por las pérdidas a las que se enfrenta un adulto mayor, pero dependerá en alto grado de su fortaleza interna y las herramientas hasta entonces construidas por si mismo.

En otro extremo, cuando se le encuentra sentido y valor a la vida que se ha llevado, consigo mismo y con los demás, el sentimiento que acompaña al anciano es el de integridad. Cuando este estado se alcanza es porque se han aceptado las pérdidas que vienen con la edad, pero el valor de lo conseguido hasta entonces es suficientemente grande como para compensar el dolor de esas pérdidas. En este caso también existe dolor, tristeza o enojo ante algunos de los cambios o pérdidas, es decir que no tiene que ver con la negación total de las cosas difíciles del envejecer, sino con el encontrar un sentido y significado de la propia vida.

Finalmente lo más importante frente a cualquier tipo de pérdida, como las que suceden como parte del envejecimiento, es la capacidad que tenemos para enfrentarnos a ellas. Tanto la fortaleza interna y emocional, como de redes sociales de ayuda son importantes. Adaptarnos a los cambios significa encontrar nuevas opciones posibles, que nos permitan obtener más o menos la misma satisfacción que obteníamos de aquellas que ya perdimos, sólo así podemos salir enriquecidos de lo que a primera vista parece una pérdida.