¿Qué es el dolor emocional?
El dolor emocional se
refiere al displacer que experimentamos internamente ante eventos que
lastiman nuestra propia imagen, nuestra autoestima o que nos provocan
sentimientos desagradables como el desamor, la decepción, el rechazo o
similares.
El dolor físico que nos provoca un golpe
o una enfermedad orgánica puede ser fácilmente ubicado en alguna parte
de nuestro cuerpo, por ejemplo la piel o el intestino. Por otro lado, el
dolor emocional carece de una ubicación específica en
nuestro cuerpo, esta característica de ninguna manera lo hace menos real
o intenso, de hecho nuestro sistema nervioso (específicamente la
corteza cingular anterior de nuestro cerebro), registra el dolor de las
emociones del mismo modo que lo haría con el dolor físico.
Metafóricamente se localiza al dolor
emocional en un corazón roto, o en la forma de un nudo que se enrosca en
la garganta. Incluso se le confunde con otras sensaciones físicas
cuando no sabemos identificar nuestras emociones.
Que el dolor emocional
carezca de una ubicación precisa y concreta en nuestro organismo se debe
a que surge a través de la interacción que tenemos con nuestro entorno,
de la convivencia con otras personas, seres y objetos en los que
vertimos nuestros afectos, de expectativas, deseos y temores que
construimos para invertir nuestras emociones.
El mundo exterior, la sociedad, la
cultura, etc., se convierten en los proveedores y acreedores de nuestras
emociones, y es cuando el flujo libre de estas se ve interrumpido por
algún motivo que sentimos dolor emocional.
Hay algunos tipos experiencias que generan un dolor emocional, sin duda el rechazo
es una de estas y genera en nosotros infinidad de emociones y
sensaciones desagradables. Existen muchas razones por las que el rechazo
no suele.
En el contexto del que estamos hablando, el rechazo
se refiere a la no aceptación de un rasgo particular o a la entidad
completa de nuestra identidad. La identidad es el resultado que unifica
el inmenso conjunto de factores que nos hacen ser quienes somos hoy en
día, a través de nuestro desarrollo vamos adquiriendo la capacidad de
querer a otros y a nosotros mismos gracias a la interacción que tenemos
con ellos.
En la medida en la que somos queridos,
por ejemplo por nuestros padres, adquirimos la capacidad de querernos a
nosotros mismos, es decir de tener cariño y cuidado por lo que somos.
Esta capacidad ayuda y garantiza que podamos continuar nuestro
desarrollo y que nos sintamos competentes, capaces de amar a otros y
merecedores del amor de otros.
Cuando somos rechazados sentimos en riesgo nuestra confianza y nuestra aptitud de ser merecedores de amor. El rechazo
corta el intercambio, previamente armonioso, de afecto entre el
exterior y nosotros mismos, más aún, cuando la vivencia de rechazo es
grave corta inclusive el afecto que podemos sentir por nosotros mismos y
nuestra identidad, llegando a casos en los que buscamos ser otra
persona o cambiar, no por convicción, sino con el objetivo de recuperar
el equilibrio de cariño previamente perdido.
Uno podría preguntarse de parte de quién duele más el rechazo,
una pregunta difícil de contestar por lo únicas que resultan ser las
experiencias y las historias de cada uno de nosotros, sin embargo
podemos tratar de dar una respuesta general y tomando en cuenta algunos
contextos, por ejemplo, en términos de desarrollo el rechazo más
doloroso que podemos experimentar es el de nuestros padres o cuidadores.
Una madre cuida y ama a su hijo
simplemente porque es su hijo, sólo en el plano emocional dicho
intercambio es parejo, pues la mamá disfruta tanto como su bebé la
interacción que tienen, aunque claramente sólo el primero depende de la
madre para su supervivencia.
Con nuestros cuidadores desarrollamos o
no la convicción de ser aceptados y amados incondicionalmente por el
sólo hecho de ser nosotros mismos, es la carga inicial de aceptación con
la que partimos rumbo al resto de nuestro desarrollo. Más adelante se
espera que tengamos ciertas conductas, actitudes u otras cosas para ser
aceptados y queridos, por ejemplo ser amables, tener buenas notas, ser
inteligentes o chistosos, etc.
A todos los intercambios futuros que
tenemos en nuestras interacciones afectivas con otros, subyacen las
pautas de relación adquiridas con nuestros padres, incluso en cuanto a
la aceptación y cariño que tenemos de nosotros mismos, aprendemos a
amarnos como sentimos haber sido amados por otros.
En términos de cercanía afectiva, los rechazos
duelen más cuando provienen de las personas que más queremos. La razón
de ello es que con quienes somos más cercanos compartimos más de
nosotros mismos, sentimos que tienen un entendimiento más profundo de
quienes somos y esto se debe a que confiamos más en ellos. Además el
intercambio emocional es mayor, yo quiero más a esta persona que al
resto y esta persona me quiere más a mí que a los demás, en esa medida
es garantía de mí potencial para ser amado y para brindar cariño.
Si sufro un rechazo de
alguien muy cercano, es más probable que sienta que rechaza más aspectos
de mí puesto que los conoce, o que los aspectos buenos míos no sean
suficientes para compensar los que no lo son y causan el rechazo. Dicha
persona, por su cercanía, tiene el potencial de cambiar la percepción
que tenemos de nosotros.
Sin duda el rechazo
genera una de las experiencias más dolorosas en términos emocionales, el
rechazo de alguien más hacia nosotros resulta doloroso por sí mismo,
máxime cuando esta persona es significativa para nosotros, sin embargo
lo más grave es cuando el rechazo proviene de nosotros mismos, como si
hubiésemos hecho nuestras las opiniones negativas que otros tienen sobre
uno mismo, o no hubiéramos podido cargar suficiente batería para
aceptarnos. En estos casos, el dolor emocional que genera el rechazo se experimenta de manera continuada.